Al respecto del Proyecto de decreto del Consejo de Gobierno, por el que se regula y limita el uso de dispositivos digitales en los centros educativos sostenidos con fondos públicos de la Comunidad de Madrid, nos hacemos eco de la aportación a dicho proyecto que ha propuesto Francisco J. Sánchez, experto TIC del Colegio Obispo Perelló:
Llevamos muchas semanas en las que tanto los medios de comunicación como las autoridades educativas han centrado el peligro de los dispositivos digitales en su uso en el ámbito escolar.
Curso nuevo, 2024/25, pero vuelta a polémicas viejas… Y no podía comenzar un nuevo curso sin que surgiera la polémica sobre si es mejor la jornada continua o la jornada partida. Si esta discusión se produce en un claustro de profesores, la repercusión no va mas allá de las paredes del colegio; pero si quien lanza la polémica es la presidenta de la Comunidad de Madrid, rompe el techo de cristal y salta a los medios de comunicación para que todos estemos entretenidos opinando al respecto, con o sin argumentos.
Difícilmente puede entenderse la relación existente entre un centro docente y la familia que ha escolarizado en él a su hijo o hija, sin que ésta venga impregnada de confianza. Una confianza que exige, entre otros factores, dos que son primordiales: la pluralidad de centros y de proyectos educativos, claros y visibles; y la posibilidad de que las familias puedan elegirlos libremente, sin que las condiciones económicas o sociales menoscaben tal derecho. Y a partir de ahí, ¡confianza! Confianza del centro en la familia, porque actúa, por delegación, en su nombre como principal responsable de la educación de sus hijos. Y confianza de la familia en el centro, porque es una entidad que va a actuar, de forma reglada, profesional y de conformidad con el proyecto educativo establecido por el titular y elegido por la familia, en la educación de sus hijos.
Ahora en los colegios tenemos el problema de las pantallas. Pantallas que sí, pantallas que no y, claro, está cayendo el chaparrón: los padres rebelados, los colegios desconcertados y los alumnos, habitantes de la pantalla, sin azúcar, ni turrón, mientras su mundo crece y crece dentro de sus doce pulgadas.