Cuando hablamos de libertad de enseñanza pensamos, normalmente, en la realidad de los conciertos educativos como fórmula para facilitar la libertad de elección de escuela por parte de las familias. Y nos quedamos ahí. Nada menos; pero quizá debiéramos añadir ¡nada más! Y sí; hay mucho más.
¡Y nosotros que pensábamos que este año iba a ser intenso por la pandemia y todas las exigencias sanitarias a las que íbamos a tener que atender desde nuestros centros educativos! Sin embargo el Gobierno, que ya había anunciado sus intenciones antes del verano, ha seguido pertinaz en su empeño de, pese a la extraordinaria situación sanitaria que atravesamos, y el hecho de que estamos en un estado de alarma, seguir tramitando una Ley Orgánica de Educación como quien prepara una fiesta sorpresa o la decoración de su casa. Ya se está aprobando su paso a trámite en el Senado.
En plena tramitación de la LOMLOE y de la campaña “Más plurales”, no podía faltar algún esforzado que trate de echar un capote a esa Ministra torera que trata de dar la puntilla a la red concertada. Hablo de esta extraña pareja de baile que conforma una asociación de centros privados, CICAE, que defiende la libertad de empresa, con la CEAPA, que defiende la escuela pública, única y laica. ¿Qué podrían tener en común?. Efectivamente, su aversión, en menor o mayor medida, hacia los centros privados concertados. En el primer caso, por la merma de cuota de mercado provocada por algunos centros, antes privados y ahora concertados, que aplican el régimen de conciertos de forma manifiestamente mejorable. En el segundo, porque siempre tendrán un problema con el concepto mismo de libertad.
Sin duda, el proyecto de Ley Celaá no tiene desperdicio. Por mucho que se bucee en él, no se encuentra ni con lupa un factor de enriquecimiento, de motivación, de crecimiento... No se encuentra un sólo elemento que pueda materializar y estructurar el magnífico bagaje de innovación y creatividad pedagógica que las comunidades educativas han promovido durante la última década. No se encuentra innovación, calidad, superación, equidad e instrumentos para la igualdad de oportunidades... y sobre todo, no se encuentra libertad.
El bodrio de la LOMLOE merece muchos calificativos que no dejan en buen lugar a una Ministra que educó a sus hijas en colegio concertado católico. Es una muy mala ley, que se tramita a toda prisa, con “Covidad” y alevosía en medio de una pandemia desconocida, que está dejando el Pais irreconocible, como pronosticaba Alfonso Guerra.