No dentro de mucho, Colón será una plaza y Ortega y Gasset, una calle, nada más, y quizá algún curioso busque estos nombres en su móvil para volverlos a olvidar, porque ¿para qué queremos la memoria? Tampoco importará mucho ni saber, ni pensar, mientras hayamos conseguido acabar con ´e´ todas las palabras, juzgar ante un tribunal los impulsos de un gallo malo (parecía de lo más normal, pero esos son los peores), y, por supuesto, socio-eco-femi-afectivo-transvivir colgados de una rama.
"Eres un cromañón", entonces, ya no será un insulto, sino una aspiración y, desde luego, tendrán razón. Nuestro antecesor, el Homo Sapiens, alcanzó el mayor tamaño cerebral desde que el Homo es Homo y después todo ha sido involución. Y luego nos sorprendemos con las guerras, y la idiotez que, de evidente, hiere, y nos lamentamos como chicharras: “Pero, ¡¿cómo puede pasar esto en el siglo XXI?!”, así, haciendo mucho ruido, que eso sí lo hemos perfeccionado. El currículo de la ESO aprobado por el Gobierno es, simplemente, un acontecimiento más que refleja el presente de una sociedad que, en fin, seguramente no sabría volver a inventar la rueda.
Según un estudio científico “el cerebro humano se ha empequeñecido, porque los individuos ya no necesitan ser tan inteligentes para sobrevivir” y esto se debe a que ha aumentado la confianza en la inteligencia colectiva, llamada “sabiduría de las multitudes". Es decir, delegamos en el grupo, lo cual es más rentable para la especie, más eficiente para un cerebro que ahorra energía, pero, claro, se hace a costa de él mismo, del intelecto, obviando con el tiempo que ese grupo está formado por individuos cada vez menos listos y más masa. Gracias a Dios, hay mucho grumo suelto -profesores, académicos, pensantes y sintientes-, resistente a esa multitud sabionda y engolada que hace uso de excelentes artilugios heredados para justificarse e imponerse. Grumos que, sobre todo, luchan contra natura, contra esa ley del mínimo esfuerzo a la que tiende el cerebro y, consecuentemente, a la que se han rendido los planes de estudios recién aprobados. Pero la tarea es ardua, consume demasiadas fuerzas y, sinceramente, no sé si sirve de mucho, cuando parece que la evolución también se empeña en hacer que los alumnos del futuro sean ficus vulgaris.
Graciela Oyarzabal
Departamento de Comunicación