Entiendo perfectamente la intención del Gobierno en materia educativa y, precisamente por eso, entiendo su discurso y su ley tan meticulosamente atada a la Constitución que más bien la amordaza. Más o menos al estilo en el que se viene haciendo todo en esta legislatura que, sí, tranquilos, pasará a la historia, pero de las historietas. De momento, un saco de cemento y una ministra calista que ha urdido tan bien, tan bien el plan que ha convertido el cuento en un thriller no apto para toda la familia, es más, no apto para ninguna familia.
Porque la familia, oye, pues le ha debido de sonar al Padrino y entonces mafia y gente pija y con dinero y privilegios que encima van y… “¿¿cómo?? ¿Que eligen? ¡Maldición!” Sin darse cuenta de que familia somos todos, incluso las de ese alumnado socialmente vulnerable a la que por encima de todo va dedicada esta argucia que viene a proclamar el fin de las diferencias socioeconómicas. ¿Quién podría negarse a algo así? Y así empieza la estrategia, por otra parte más vieja que María Castaña, quien mira tú por dónde lideró una revolución en la que acabó dando muerte a un obispo, por eso de la lucha entre pobres buenos y ricos malos y castas e impuestos, imposiciones y sueldos en negro y chalets… No, no. Hablo de otro tiempo, ¿por?
Por tanto, para entendernos en su idioma (ideología), la idea es: los niños pobres van a la pública y los niños ricos van a la concertada (verbigracia las hijas de la ministra), lo cual redunda en la pérdida de equidad y de igualdad de oportunidades en nuestro sistema educativo. Esto se sustenta en que, claro, en realidad, el padre que elije pública, no la elije porque quiere, para nada, sino porque no puede hacer otra cosa. Padre pobre. Y el rico elije concertada, porque ya se sabe que los ricos, el Padrino y el Padrino, la mafia y la mafia, padre malo. Y, en este caso, también escuela mala por cobrar cuotas al padre rico y seleccionar (¡ojo! seleccionar) a un alumnado mega guay. Solución a esta mentira que sostiene el objetivo último de la ley: yo, o sea el Estado, decido donde ubico al niño y ¡punto! que me tenéis harto y libertad, libertad, sin ira, MI libertad y fin de la selección. Pero es que la demanda social dice... “¿lo qué?”. Moraleja: esto es lo que les pasa a los padres cuando elijen mal.
Y digo yo, financiar al 100% la concertada como dice la Constitución, para que la elección de centro sea totalmente igualitaria y se respete la convicción religiosa e ideológica en la que se quiere educar a los hijos, garantizando la calidad y la pluralidad del modelo educativo, no, ¿no? “¡Elitista! ¡Si quieres religión, págatela!” ah que era eso…
La LOMLOE no habla tanto de animadversión a la religión como huele, pero apesta, porque es un blanco fácil, es un blanco muy gastado mediáticamente, es un blanco cansado y encasillado, que guarda el rencor de muchos, seguramente por un pasado puntual injusto, cruel e indigno, pero que en su gran mayoría ha contribuido como nadie al enriquecimiento de la educación, a la formación de grandes personas en pro de una sociedad más humana, más igualitaria, y más libre y que a día de hoy se deja la piel, en silencio, para que eso siga siendo así. La escuela concertada católica ha hecho, hace y hará, si la dejan, una labor ímproba por esos “pobres” que llenan sus aulas, gracias justamente a los conciertos instaurados por Felipe González en 1985 y a las familias que desde entonces nos elijen y ojalá puedan seguir haciéndolo.
Por desgracia, la ley sigue adelante porque “lo digo yo”, con el objetivo de establecer un modelo único de educación, donde los ricos seguirán siendo ricos y los pobres seguirán siendo pobres, pero ninguno se escapará de su control, que por algo son sus hijos… Por ahora, la Comisión Europea reconoce a los padres (de verdad) la potestad de poder elegir la educación de sus hijos (los suyos) correspondiente a sus convicciones religiosas y a sus visiones filosóficas y educativas (que por algo son libres). Gracias a Dios, parece que, igual que yo, Europa también entiende esta ley…
Graciela G. Oyarzabal
Departamento de Comunicación