El sábado se celebró la gala de la 36 edición de los Premios Goya y yo no podía faltar, entre otras cosas, porque llevo ganándolo desde que tenía cinco años. A mejor guion original. Pero esta vez he cambiado el discurso. Por eso, y en el caso de que alguien se lo haya perdido, me hacía ilusión reproducirlo:
“No voy a citar una lista de nombres, pero sí una lista de historias, de mis historias. Historias que me han hecho pensar, sentir y actuar como hoy lo hago; que me han permitido entenderme y entender el mundo y, sobre todo, que me han dado alas para soñar. No sería yo, si nunca hubiera escuchado “La vida sigue igual” de Julio Iglesias, si no hubiera visto “Todo sobre mi madre” de Almodóvar, o si no hubiera admirado “El Guernica” de Picasso. Nunca habría valorado la vida tanto si “Mar adentro” no se hubiera hecho, no conocería el terror sin “Tesis”, el amor sin Lope de Vega, la ternura de la vejez sin “Arrugas”, la bendita locura sin “El Quijote”, o la insignificancia del ser humano sin “Lucha de Gigantes...”. Nunca habría sentido empatía por un etarra, ni tantas ganas de perdonar al que me hace daño. Gracias Maixabel. Y a tantas y tantas más por tanto aprendizaje… Las historias son lo único que puede librarnos de nuestra minucia con patas, lo único que nos permite transcender y evolucionar… porque hablan el idioma de las emociones y ya sabemos que las emociones son el mejor método para aprender y, sobre todo, para aprender a ser mejores. Las historias nos construyen y nos transforman desde que tenemos uso de razón, por eso es imprescindible alimentarnos de ellas. Y por eso es indispensable cultivar, desde que somos pequeños, esas artes que nos cuentan historias. En ese sentido, merece todo mi agradecimiento el trabajo de los profesores que nos guían en el conocimiento de historias de calidad -tan importantes en nuestra formación- y que nos transmiten la inmensa valía de emocionarse, dejándose el alma en un coro, en un grupo de teatro, en los dibujos que decoran los pasillos del colegio, o en el musical de fin de curso. Y, por supuesto, aplaudo y admiro a todos aquellos que hacen de la expresión “por amor al arte” un emblema. Porque de todas esas historias fabricaremos nuestro futuro e influiremos en el de los demás. Quién sabe, quizá este discurso que hoy recito en el salón de mi casa les sirva a otros a seguir creando historias por las que algún día reciban un premio de verdad. Entre tanto, gracias a las artes y a todas las personas que lo hacen posible, porque, en definitiva, nos hacen posible a los demás.
Ah y, claro, se lo dedico a mis amigas que están aquí en el sofá y me están escuchando”.
Graciela Oyarzabal
Departamento de Comunicación