A menudo siento que la vida es un rato, que solo se detiene en las personas que nos hacen sentir bien. La última vez que vi a la mère Françoise, yo tenía 11 años y, sin embargo, podría describirla como si la tuviera enfrente, de hecho, como si estuviera esperando a que lo hiciera, expectante, sonriente, serena en sus ojos azules que tanta paz me daban. Ayer, más de dos décadas después, asistí a su funeral en una iglesia de la Concepción llena de alumnas que tampoco la han olvidado ni un ápice. Y es que, nuestra profesora de francés, religiosa del colegio de las Ursulinas de Jesús de la calle de Lagasca, detuvo la vida de, nada menos, treinta y cinco promociones -de 1959 a 1994-, y eso es emocionante.