Que ayer Nadal, después de perder en el Masters de Roma, dejara entrever, por primera vez, un atisbo de retirada es, por supuesto, una malísima noticia para el tenis, pero es aún peor para la sociedad y del mismo modo que se advierte de las crisis económicas o del calentamiento global, debería de prepararse al ciudadano para afrontar una realidad que le afecta directamente. Y no se trata de no ganar trofeos, sino de perder ilusión, sentido de sacrifio y humanidad.

Nadal no juega, Nadal inspira, porque más allá de despertar pasión por el tenis, despierta pasión por vivir, desde la más absoluta entrega y con la honestidad, la nobleza, el saber estar, la prudencia, la humildad y el esfuerzo infinito que irradia en cada gesto de muñeca y que, además, es único. Valores que nos hacen mejores a todos y a los que todavía podemos mirar, imitar o aspirar pero, no dentro de mucho, dejarán de estar a nuestro servicio y entonces nos daremos cuenta de lo afortunados que fuimos, una vez, cuando no se sabía bien cuál era la misión de ese superhéroe que corría de un lado al otro de la pista.

Lo único que me alegra pensar al respecto es que cuando llegue ese futuro, cuando definitivamente muera el tenis mediático de Nadal, los seres “humanillos” colindantes habremos sabido diseñar un buen plan preventivo capaz de formar otros seres similares, ejemplos de vida, a los que admirar. Y en ese sentido, iniciativas como el Programa de Deporte Escolar de Escuelas Católicas de Madrid, cimentado sobre esos valores, cobrarán el sentido que merecen. De momento, seguiremos rezando su mítico “¡vamos!” que muy probablemente nos acompañará siempre, sobre todo, cuando entendamos que, sin duda, Nadal jugó por nosotros.

Graciela Oyarzabal
Departamento de Comunicación