Cuando el acoso escolar –o bullinggg a lo chaquespeare de Jacinto Benavente- se empieza a convertir en un producto que vende periódicos, minutos televisivos, plataformas con ánimo de lucro, herramientas de prevención, detección y actuación (limpia, fija y da esplendor) traídas (compradas) de países que suenan bien tipo Finlandia… es momento de levantar una ceja, subirse al sofá más cercano y en un arranque del “orgullo” más consumido –otra cosa señora Rosa- gritar aquello de “¡Páralo Paul!”.
Después de leer el I Informe sobre el acoso escolar del Observatorio de la convivencia de la CM, en base a datos del curso 2015\2016, me pregunto ¿por qué se emiten tantas noticias o tuits relacionadas con estos temas de un modo tan alarmista? ¿Por qué de antemano se condena a los centros, especialmente cuando son centros religiosos? ¿Cómo se puede dar por sentado desde el primer momento que es un caso de acoso escolar, y no otro tipo de conflicto de convivencia o problema familiar o personal del menor?
Los conflictos nos ayudan a crecer. ¿Cierto?... ¡¡cierto!! Pero, ¿quién quiere conflictos en su centro? Ahí la respuesta no es tan contundente y las miradas empiezan a desviarse.
Resulta muy difícil reflexionar con sobriedad y prudencia acerca de cualquier tema, bajo el impacto emocional de la lectura de una carta de despedida escrita por un niño de doce años, cuyo contenido y expresiones nos ha roto el alma... Y resulta muy difícil hacerlo ante una tragedia como la que, hace ya más de tres meses, sacudió a su familia, a sus amigos, y a su entorno social y colegial.