Puede que el origen sea celta, la calabaza irlandesa y la tradición apenas tenga 100 años, pero el made in América ha convertido Halloween en una celebración propia, capaz de desarraigar en un país como España, tan de tradiciones, tan “como decía mi abuela”, tan “de toda la vida”, el verdadero sentido de la Festividad de Todos los Santos.
Santos que ni mucho menos son dráculas, esqueletos, zombis, niñas poseídas ni toda la sarta de esperpentos terroríficos, mayoritariamente sacados de películas de miedo, que salen como locos a celebrar no saben qué, a cambio de cuatro caramelos, después de preguntarle a cualquier despistada ama de casa a punto de prepararse la cena que si truco o trato. ¿Que si qué? Caramelos, señora, o lo que tenga...
Y así, año tras año vamos transformando una celebración de la iglesia primitiva, fijada el 1 de noviembre por Gregorio III en el s. VIII, cuyo significado es venerar a todos los difuntos (santos anónimos) que gozan de la vida eterna en la presencia de Dios, en un desfile de personajes de pesadilla vagando por las calles en plan ¡buh! Magnífico. Me parece que otro de los logros que importamos de E.E.U.U. es el de convertir el 25 de diciembre, Nacimiento de Jesús, en la llegada de un Papá Noel, marca Coca Cola, cargadísimo de regalos. Como sigamos así, en Semana Santa terminaremos procesionando dibujos animados en carrozas de colores.
Por supuesto, no quiero decir con esto que no respete otras tradiciones, y que en el contexto idóneo hasta disfrute de ellas, pero no deberíamos dejarnos avasallar por su poder publicitario; al fin y al cabo están en juego, nada menos, que nuestras creencias… y consecuentemente nuestra identidad, nuestras costumbres, modos de hacer o nuestra gastronomía. Al menos, esta última sí ha contestado contundente -con la comida no se juega-, y ante el Trick or treat? ¡Buh-ñuelo!
Graciela G. Oyarzabal
Departamento de Comunicación