Escuelas Católicas de Madrid

Pasan y pasan los días…

Pasan y pasan los días…

Para nada me lo imaginaba así. Después de no haber ido a la guardería, ni tener hermanos, el colegio me parecía una buena idea. Una elucubración divertida que me entretenía los ratos de aburrimiento en casa, mientras, sentada en el pupitre de madera que me había hecho mi tío, no sabía a qué jugar. “Yo ya quiero ir al cole” “¿Cuándo empieza el cole?” “Pues mañana”, me dijo mi madre, un buen día. Dios mío, si lo sé no vengo…

Creo que la experiencia fue tan traumática que el segundo día –“¿Mamá, también tengo que ir mañana?”- me recuerdo a patada limpia contra las piernecitas de la monja de portería, porque no, a mi eso no me gustaba lo más mínimo. Primero madrugar, luego niños que me caían fatal, chillando y con mocos, después mi chupete escondido en el bolsillo del abrigo, porque, al parecer, -“¡Uy, pero si esta niña ya es muy mayor para chupete!”- mi aliado que me quitaba los nervios y el dolor de tripa y todos los males solo podían usarlos los bebés -“Y tú ya no eres un bebé, ¿a qué no?”-. Y por último, estaban esos recreos interminables en los que me sentaba en un banco a pensar en que llegara rápido el día cinco (el viernes), para ponerle fin a esa pesadilla que había durado toda una semana. “¿¿La semana que viene también??” Resulta que sí, y la otra y la otra y catorce años más tarde llegó el último día de colegio. “¿Ya?” Y entonces, veía a los de Infantil con sus caritas perdidas y pensaba “¡pero si yo hace nada era así…!” Y me abrazaba a esos niños que no sé cuando me cayeron mal y sin embargo serían “por siempre jamás mis amigos pasara lo que pasara”, porque lo prometimos en un recreo y, sin querer, empezaba a echar de menos a los profesores, porque algo en mí sabía que muchos de ellos serían los mejores maestros que tendría nunca, y gracias a los cuales algunos habían decidido ser médicos, otros filósofos y yo periodista. Y, al final, todos los alumnos te cantaban “pasan y pasan los días” y “al partir un beso una flor” y entonces era casi imposible contener las lágrimas… Sin duda, el último día de colegio es uno de esos momentos en la vida que no se olvidan, porque es como irse de casa.

Y es que el colegio no es un edificio con horarios y exámenes, donde se aprenden asignaturas; el colegio es como tu apellido, forma parte de ti, y te identifica de tal manera que, incluso, esos primeros días de desconcierto se recuerdan con nostalgia. Por eso y puesto que tengo un medio genial para hacerlo, me permito este pequeño homenaje a todos lo que cada día, desde las aulas, contribuyen a que recordar nuestro colegio nos siga emocionando.

Feliz principio de curso, que en media hora “pasan y pasan los días…”

Graciela G. Oyarzabal
Departamento de Comunicación

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Comentarios 2

 
Invitado - cr en Lunes, 11 Septiembre 2017 14:24

Que bonito! Me has emocionado...:)

Que bonito! Me has emocionado...:)
Invitado - Graciela G. Oyarzabal en Lunes, 11 Septiembre 2017 16:18

Muchas gracias, cr!!

Muchas gracias, cr!!
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