Avanzamos decididamente por el nuevo siglo... ¿Nuevo? Digamos más bien que joven, con mayoría de edad recién alcanzada, y con una vida corta e intensa caracterizada por una complicada niñez-adolescencia a partir de sus siete años y que, según parece, todavía no ha acabado de superar. Un siglo impulsivo y rebelde, marcado por esos convulsos años de crisis y también, quizá como consecuencia, por un cuestionamiento de principios políticos, sociales y económicos que antes nos parecían inamovibles.
Dieciocho años durante los cuales se nos ha consolidado una nueva forma de acceso y gestión del conocimiento y de la comunicación; dieciocho años de internet, de globalización, de nuevas economías que no lo son tanto, y de nuevas políticas que quizá lo sean menos. Pero en cualquier caso, cambios de paradigmas que afectan incluso a los más recónditos rincones del ser humano, invadiendo espacios tan naturales como los del género o la familia... y que por supuesto, no ignoran otros que, como la educación, han ganado importancia a lo largo de este tiempo.
Y es que el siglo XXI, en estos jóvenes 18 años, nos ha aportado una mirada cualificada e inquieta de nuestra educación. Nos ha invitado a ser inconformistas con una educación academicista y memorística, pensada para una sociedad marcada por una economía industrial. Nos ha conminado a romper con los compartimentos estancos, potenciando así una creatividad que exige autonomía de las escuelas y del profesorado. Nos está invitando a perseverar en el cambio y la innovación como motores de una formación adecuada a tiempos en los que las profesiones que articulen nuestro sistema productivo no se parezcan en nada a las actualmente vigentes. Y aunque algunos no quieran darse cuenta, nos está obligando a abandonar, de una dichosa vez, el manido y perturbador discurso de la educación con apellidos, de la educación de unos o de otros; nos está imponiendo un nuevo discurso educativo marcado por la profesionalidad, por la diversidad, por la igualdad de oportunidades y, por supuesto, por la calidad y la capacidad de transformación. Y para que todo ello sea posible, es absolutamente imprescindible la libertad... ¡la libertad de enseñanza!
El siglo XXI, con sus dieciocho añitos recién cumplidos, que coinciden también con la mayoría de edad de la asunción de competencias educativas por parte de la Comunidad de Madrid, nos impone el pacto escolar, el acuerdo educativo... Nos está diciendo muy claramente que ya está bien de disputa pública - privada. Que el sistema de conciertos educativos, con todos sus defectos e insuficiencias, ha superado el veredicto del tiempo. Que los conciertos, heredados con éxito del siglo anterior y con sus treinta y tres años de veteranía, han demostrado ser un instrumento eficaz para permitir que las familias puedan elegir centro educativo en igualdad de condiciones...
Ojalá la mayoría de edad recién adquirida por el siglo que vivimos, que ya le permitiría ejercer el derecho al voto, aporte a la clase política y a la gran comunidad educativa una clara conciencia de convivencia, de igualdad, de equidad, de calidad y, por supuesto, de libertad. Hasta entonces, ¡Felicidades, siglo XXI!
Emilio Díaz
Responsable de Comunicación y Relaciones Institucionales